Llegamos al día 5 del Desafío 30 días rolero sin fallar ni una. Os he contado de juegos preferidos y odiados, buenos narradores, cómo empecé, y ahora toca contaros mi mejor experiencia en jornadas.
Como nunca he sido muy de ir a jornadas esta entrada es un poco descafeinada. Es que no había tampoco mucho donde elegir. En 20 años de afición puedo contar con los dedos de una mano a cuántas he asistido.
Quedándome con unas tiene que ser el Games Day de 2003 en Barcelona, hace ya una década. Para quien no lo sepa el Games Day es un fin de semana en que Games Workshop pone mesas para jugar, hace exhibiciones de juegos, te pone al alcance miniaturas que cuesta conseguir de otra manera y anuncia el ganador del torneo de pintura Golden Demon. Vamos, que era una cosa que podía molar mucho.
Aquel año conocí en persona a un grupo de amigos cuya amistad llevaba años forjando online. El grupo de frikis más peculiar y heterogéneo que podáis imaginaros. La cuadrilla más insospechada que nadie podría haber imaginado. Podríamos haber sido los antihéroes protagonistas de cualquier película de los 80. Pero cómo disfruté aquello. Nunca antes había estado con tanta gente con diferentes trasfondos a mí y haciendo cosas tan divertidas. Aquello no podría haber sido igual con otras personas, desde luego.
Para mí asistir a jornadas y convenciones tiene como principal aliciente estar con esa gente que no puedes ver en otros momentos. Son un motivo de peso para estar con los buenos amigos, más allá de conocer el estado de la industria o conocer juegos nuevos.
Mañana nueva entrada para hablar de mi mejor crítico en una partida de rol.
