Halloween. La imaginación se dispara e imaginamos que las criaturas de la oscuridad están entre nosotros. No nos engañemos: el terror más absoluto y los monstruos más sanguinarios y abyectos no están en la fantasía sino entre nosotros. No necesitamos demonios, bestias del averno ni seres sobrenaturales para conocer las mayores maldades posibles. Todos esas palidecen ante las barbaridades que algunos seres humanos hemos cometido.
Pero no os voy a dar una lección de moral. Esta entrada es para el día que es y esto es un especial con historias de pavor y espanto. Sin seres preternaturales ni nada por el estilo, porque el ser más extraño sigue siendo el hombre. Por eso he seleccionado unas pocas historias reales para Halloween que os pueden poner los pelos de punta. He esquivado las más conocidas así que no veréis por aquí a Vlad Tepes, Erzsébet Báthory, Ed Gein, Peter Kürten, Andréi Chikatilo. Ni tantos otros que son ya de por sí bastante aterradores, pero confío en que los que vienen a continuación os espeluznen por igual.
Hechos reales para un Halloween rolero
H. H. Holmes y el hotel de la muerte
Holmes, cuyo auténtico nombre era Herman Webster Mudgett, fue un estafador y asesino en serie durante el S. XIX que actuó sobre todo en la ciudad de Chicago. Al contrario que la imagen que el cine y la literatura da sobre los psychokillers, no parece que comenzara teniendo un interés sexual ni que disfrutara con el dolor ajeno. Lo de Holmes empezó siendo una pura cuestión de dinero. Tan simple como eso. Al menos al principio.
Herman comienza su historial con varios matrimonios, al menos tres, que nunca acabaron en divorcio para no tener que pagarlo. Cometió toda una variedad de estafas, entre las que se cuenta cobrar seguros de vida a costa de cadáveres que robaba del Dpto. de medicina y cirugía de la Universidad de Michigan. Por lo visto los desfiguraba y los hacía pasar por otras personas. Con el tiempo consiguió reunir una pequeña fortuna que utilizó para industrializar el dinero ensangrentado.
Se hizo construir un hotel en Chicago, el Holmes Castle, que abrió para la Exposición Universal de 1893. Ya te adelanto que aquello acabaría con bastante más muertos que la de Sevilla del 92. La construcción fue bastante peculiar, porque iba cambiando de constructores según se completaban unas partes u otras. De esa manera Holmes se aseguró de que nadie que participara en la construcción tuviera idea de cómo era el hotel en su conjunto.
El Holmes Castle estaba perfectamente ideado y en muchos aspectos estaba adelantado a su tiempo. Tenía un sistema eléctrico que activaba las luces según se pisaran zonas concretas del suelo a lo largo de las plantas, lo que lo convierte en uno de los primeros sistemas de detección de movimiento de la historia. Disponía de hornos en los que cabía un cuerpo humano, cubas resistentes al ácido del tamaño de una bañera, una estancia sin puertas ni ventanas en la que se entraba por el techo y hasta habitaciones estancas que se podían llenar de gas, mesas de cirugía en el sótano e incluso un potro de tortura.
Todo esa esa equipación tenía una razón de ser. Holmes contrataba chicas de buen ver que debían firmar seguros de vida con el contrato con él como beneficiario y que tenían tendencia a desaparecer. Cuando los inquilinos que iban a la Expo aparentaban posibles los envenenaba con gas en las habitaciones estancas o se «caían» al pozo a morir de inanición. Pero es que Holmes tenía un punto en común con Arguiñano: lo aprovechaba todo. El tipo llegó a encargar el descarnamiento de tres de sus víctimas para crear esqueletos articulados y venderlos.
El fin de H. H. Holmes
En aquella época acabó en la cárcel por vender artículos hipotecados. Allí intentó convencer a otro convicto de simular su muerte para cobrar el seguro. Pero no coló y eso se convertiría en un problema para Holmes a posteriori.
A quien sí convenció de estafar al seguro fingiendo su propia muerte fue a su último socio, al que terminó asesinando de verdad. Y como la familia del susodicho preguntaba demasiado también los mató. Pero cometió errores. La hija de su difunto socio tenía una deformidad en el pie y Homes se lo cortó para que no fuera reconocible. Precisamente eso fue lo que hizo que la policía la identificara y, junto a la advertencia de su antiguo compañero de celda, acabaron deteniéndole.
Al final fue la combinación de su última tropelía (convencer a un socio para simular la muerte de éste y cobrar el seguro para luego asesinarlo de verdad y, como preguntaban demasiado, matar a toda su familia), en la que dejó pistas (le cortó el pie deforme de nacimiento al cadáver de una de las hijas de su socio para no ser identificada, y eso mismo hizo que la identificaran), así como la denuncia de su antiguo compañero de celda, lo que haría que la policía cayera sobre él.
Como si no hay cuerpo no hay asesinato a Holmes sólo lo pudieron condenar por el asesinato de su socio y su familia. Fue suficiente para acabar en la horca. Mientras esperaba a ser ejecutado confesó alrededor de una treintena más de asesinatos, casi todos en su hotel y de los que finalmente se pudieron demostrar 9. En la actualidad se estima que, en realidad, pudo tener más de 200 víctimas.
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Sawney Beane y su familia endogámica de asesinos caníbales
Aunque algunos historiadores consideran que la historia de Sawney Beane es parte de la “leyenda negra escocesa”, lo cierto es que no sería la primera familia que recurre al canibalismo para alimentarse. Para el caso que nos ocupa bien podemos dar la historia por buena, aunque en realidad da igual.
Sawney Beane nace en Escocia, en un pueblecito cercano a Edimburgo, allá por el S. XVI, y aunque intenta llevar al principio una vida normal termina descubriendo que a él lo de ganarse la vida con honradez no le va. Así que se casa y hace lo que llamaríamos «echarse al monte» instalándose en una cueva en Bennane Head, un lugar cercano a la costa con las aguas más profundas.
Desde allí se dedican a asaltar viajeros solitarios, asesinándolos y robándoles. La pareja, en completo aislamiento social, engendra una prole que termina contando con catorce hijos. Con los nietos y bisnietos llegan a alcanzar la cincuentena. Un nutrido clan que, sin el menor contacto con otras gentes, resulta ser extremadamente endogámico. Conforme aumentaba la familia también lo hacía el grado de salvajismo con que perpetraban sus asaltos y sus víctimas terminan siendo, además, comidos por la siempre unida familia Beane. La mayoría de sus fechorías se achacaron a los animales salvajes, igual se achacaron a los lobos los de la Bestia de Gévaudan tiempo después).
Según los escritos de la época el clan Beane pudo haber estado actuando durante 25 años. Un cuarto de siglo de asesinatos y canibalismo, que se habría podido saldar con más de mil víctimas. Algunos restos destrozados y a medio devorar se encontraban de vez en cuando en las playas cercanas. ¿Pero quién iba a pensar que podría estar ocurriendo algo así?
A todo caníbal le llega su San Martín
El principio del fin de esta familia de antropófagos, según las crónicas, fue el resultado del ataque a una pareja de viajeros concreta. El hombre iba armado y era diestro con la pistola y la espada. Él pudo mantener a raya a aquellos que lo atacaban de forma bestial, pero su esposa no tuvo esa fortuna. Ella fue desmontada del caballo y los Beane la destriparon y comenzaron a devorarla mientras todavía estaba viva. Atraídos por el estruendo de la defensa del hombre, una treintena de campesinos se acercó al lugar y lo socorrieron, haciendo huir a los caníbales.
Este evento culminará en una algarabía justiciera entre todas las comunidades vecinas, que formarán grupos de vigilantes que llegan a matar inocentes por resultarles sospechosos. Esto llamó la atención de la nobleza y la noticia del horror llegó hasta el rey Jacobo IV, que envió a soldados a resolver la cuestión. La partida de 400 hombres armados y perros sabuesos acabó dando con la guarida de los salvajes, mató en combate a algunos y capturó a todos los demás. También encontraron suficientes restos humanos como para tener poca duda de la culpabilidad de los Beane. El clan al completo serían juzgados en breve, condenados y ajusticiados.
Poca broma con las ejecuciones escocesas en aquella época. Si tenías suerte te colgaban o te decapitaban. Si no, podían cortarte a trocitos pequeños en vida, o colgarte de manos y pies y destriparte rápido para que te diera tiempo a ver tus propios intestinos. Como le pasó al William Wallace real. No tenemos constancia de qué les hicieron a los Beane, pero podemos estar seguros de que no fue ni rápido ni indoloro.
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El Petiso orejudo
Si habéis visto ¿Quién puede matar a un niño? Cayetano Santos Godino, el Petiso orejudo debido al particular aspecto de sus orejas, es a la misma vez la pregunta y la respuesta. Nació a finales del S. XIX de padres inmigrandes italianos en Argentina y comienza su delirante carrera criminal a la tierna edad de 7 años. Fue un niño precoz en su rebeldía, seguro que influido por los maltratos que le propinaron su padre y su hermano, viviendo en las calles de Buenos Aires y siendo expulsado de diferentes colegios debido a su actitud.
Cayetano disfrutaba causando dolor y viendo los efectos del fuego. Algo habitual en los asesinos en serie. El Petiso orejudo comenzaría pronto su carrera criminal cuando, con sólo siete años, asesinó a otro de dos. Lo engañó para llevarlo a un lugar apartado y lo atacó y lanzó contra una planta de espinas. Al año siguiente lo atrapó la policía mientras golpeaba con una piedra a un bebé de 18 meses en la cabeza. Con nueve años intentó estrangular a una niña de 3 y, como no lo consigue, la acabó enterrando viva. Con once años intentó ahogar a otro chico en un abrevadero, pero lo pillan en el acto y él le echa las culpas a una supuesta mujer adulta. Por lo que sea le creen y a los pocos días quema con un cigarro a otro.
Suma y sigue hasta sumar un total de cuatro asesinatos, todos ellos de niños de corta edad, varios intentos frustrados e incendios provocados que luego se quedaba a mirar. Hasta que fue capturado por causa del último a la edad de dieciséis.
¿Quién puede matar a un niño?
¿Cómo fue pillado in fraganti en varis ocasiones y no encausado hasta entonces? Porque nadie podía creer siquiera que un niño pudiera estar cometiendo semejantes atrocidades. Pero vaya si las cometía.

El Petiso orejudo fue declarado demente e internado de en un hospicio, pero allí atacó a varios internos indefensos y se le trasladó a un penal convencional. Pasó desde los dieciséis años hasta los cuarenta y ocho, edad a la que murió, encarcelado en diferentes lugares, pasando sus últimos años en el Penal del fin del mundo.
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Bola extra: Pasajes del terrór de Juan Antonio Cebrián
¿Qué? ¿Todavía necesitáis monstruos imaginarios? ¿Queréis más? Si la respuesta es afirmativa os recomiendo escuchar los, ya clásicos, Pasajes del terror de Juan Antonio Cebrián. Maravillosas narraciones en las que Cebri nos contaba con todo lujo de detalles la vida y obra de algunos de los asesinos seriales más estremecedores.
Unos audios que nunca deberían faltar en Halloween.